domingo, 31 de octubre de 2010

El solo

La calidad del odio emparentado en sus ojos, el temblor en las manos de cuán maravillosa había sido la expansión de su pelea y su miedo de hombre ridículo y mentiroso. Ni una pizca de más ni menos, eso y verse rebajado a esos dos infestos adjetivos que habían dejado de ser divertidos para convertirse en una acidez permanente en el estómago que varias veces al día le haría saltar lágrimas de sus ojos, ahora sensibles lagrimales, con el salado sabor del asco en la boca.
Él ahí sentado, con las manos en las rodillas, todo el día y sin parar, la sensación del asco era lo único que podía percibir. Por eso dejó de moverse y se convirtió en el hombre inútil que su mujer dejó sentado en la banca del parque, esperando que lo importante de la vida llegara, para justificar ese no hacer nada después de haberlo hecho todo: perder los deseos, las ganas y las razones en la búsqueda de eso que era importante para la vida. Sin haber encontrado, se sentó en la banca del parque con su mujer una tarde y ahí se quedó solo.

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