viernes, 25 de febrero de 2011

Canto a la pampa



Al horizonte de un suburbio

Jorge Luis Borges

Pampa:
Yo diviso tu anchura que ahonda las afueras,
yo me estoy desangrando en tus ponientes.

Pampa:
Yo te oigo en las tenaces guitarras sentenciosas
y en altos benteveos y en el ruido cansado
de los carros de pasto que vienen del verano.

Pampa:
El ámbito de un patio colorado me basta
para sentirte mía.

Pampa:
Yo sé que te desgarran
surcos y callejones y el viento que te cambia.
Pampa sufrida y macha que ya estás en los cielos,
no sé si eres la muerte. Sé que estás en mi pecho. 

Jorge Luis Borges
Luna de enfrente (1925) 

jueves, 24 de febrero de 2011

Jaime Bayly no nos quiere

Los chilenos

Autor: Jaime Bayly
Echado en su cama del hotel Ritz, agobiado de ver los programas de bailes simiescos en la televisión chilena, harto de ver los noticieros que hacen alarde de algún mínimo triunfo deportivo de algún chileno en alguna competencia internacional, apelmazado por las noticias espesas de El Mercurio y levemente irritado por el aire arribista y trepador de La Tercera, hastiado en fin del aire chileno enrarecido que respira a la espera de que aparezca su víctima más preciada, esa mujer esquiva y misteriosa, Alma Rossi, que no aparece y que tal vez nunca aparecerá, Javier Garcés piensa que no tiene nada en particular contra los chilenos, pero tiene mucho en general contra los chilenos. No he sido nunca un peruano con fobia a lo chileno, lastrado por el viejo rencor de la guerra perdida, acomplejado porque ellos prosperaron y nosotros seguimos rezagados y debatiendo con aspereza asuntos que ellos ya zanjaron con inteligencia. No soy antichileno, se dice Garcés. Pero estos días en Santiago, unos días en los que ya he matado a dos chilenos con tan exquisita fruición, me han permitido tener una percepción más exacta de lo que son en promedio los chilenos, y me han permitido por tanto sentir que los chilenos naturalmente me caen mal, aunque no tan mal como mis compatriotas, los peruanos. Pero los chilenos me caen mal, esto está claro ahora y no estaba claro antes, cuando solía venir a menudo a Santiago, a Viña, a Cachagua, a Valparaíso, a Zapallar, a presentar mis libros y dar conferencias sosas. Me caen mal porque son falsos, hipócritas, fariseos, taimados. Me caen mal porque simulan ser conservadores cuando son libertinos. Me caen mal porque fingen ser honrados cuando son tan tramposos como los argentinos (sólo que más discretamente). Me caen mal porque son por naturaleza pérfidos, desleales. No puedes creer en ellos. No te dicen nunca lo que están pensando. Te dicen algo retorcido y fraudulento para obtener algún beneficio generalmente monetario. Les gusta demasiado el dinero. Venden a su madre por dinero (yo no vendo a mi madre por dinero porque la amo y porque vivo del dinero de mi madre, que es una razón más para amarla). Son trepadores, arribistas, y lo peor es que han trepado y ya se sienten más arriba que los demás y te miran para abajo. Y si bien han sabido hacer dinero y sobre todo ahorrarlo, esconden dos defectos que me resultan particularmente despreciables: son avaros, tacaños, miserables, son roñosos, son trémulos y cobardes para gastar, guardan la plata por falta de audacia, por pusilánimes, porque piensan en su jubilación, no en darse la gran vida, como los argentinos, que no ahorran un carajo pero se divierten mucho más. Y luego me irrita que los chilenos miren ahora para abajo a sus vecinos sólo por esa sensación de bonanza que los embarga cuando antes debieran mirarse al espejo. Perdón por la franqueza, pero si elijo a un chileno al azar, es feo, es un guiñapo, es un enano contrahecho, es sujeto de facciones como cuchillos afilados, es feo como una patada en los testículos. Y a pesar de eso, se sienten lindos, se sienten regios, se sienten estupendos, se sienten Primer Mundo. Primer Mundo, los cojones. Son sólo una tribu más, una tribu como la argentina, como la peruana, como la uruguaya, sólo que, como les da miedo divertirse y gastar el dinero, como ahorran por instinto conservador, son ahora una tribu pujante que sale a comprar negocios en las tribus vecinas. Pero eso no los hace mejores, los hace más odiosos porque se permiten un aire de superioridad, una mirada condescendiente, y son sólo unos rotos culiaos, con perdón por la ordinariez. No tengo nada contra los chilenos en particular, y tengo amigos chilenos, y conozco a chilenos encantadores en Santiago y en Lima y en Madrid, pero tantos días de reclusión en el Ritz y de minuciosa contemplación de los hábitos y costumbres chilenos me llevan a esta severa conclusión: en general, los chilenos me caen como el culo y cuando los escucho hablar con esa tonadilla tan insoportable me caen aún peor. Prefiero mil veces a los argentinos. Prefiero mil veces a los colombianos. Prefiero cien mil veces a los uruguayos. Los chilenos suelen ser falsos, lambiscones, desleales, buenos para la intriga y el chisme, ensimismados contando sus pesitos revaluados, de pronto orgullosos de la tribu a la que pertenecen porque un tenista gana un puto partido o porque van al mundial de fútbol y vuelven a perder con Brasil, tanto nadar para morir ahogados. Javier Garcés piensa que un chileno promedio es tan feo como un peruano promedio y tan mentiroso como un peruano promedio aunque menos haragán que un peruano promedio, pero eso que algunos encuentran meritorio, el espíritu laborioso y pujante y emprendedor del chileno promedio, es lo que a Garcés le inflama o irrita un tanto los cojones. Porque, se dice Garcés, el chileno no es bueno como amigo, te traiciona casi siempre, y tampoco es bueno como socio, te quiere sacar ventaja casi siempre, y tampoco es bueno para el vicio, porque les sale el pudor y la mojigatería y cada tres calles hay una estatua al fascista santificado de Escrivá de Balaguer. Lo que no sé, piensa Garcés, es si la mujer chilena es buena para culear. Y está claro que, en promedio, una chilena está más buena que una peruana, aunque nunca más buena que una argentina, pero sí he visto estos días en Santiago a no pocas chilenas a las que les empujaría la verga, gustoso. En conclusión, los chilenos me caen como el culo pero me gustaría darle por el culo a una chilena y hacerla mi rota culiá, piensa Garcés, y toma una copa de champagne, y piensa a cuál de sus amigas chilenas debería llamar para invitarla a cenar y tratar de llevársela a la cama. El problema es que todas están casadas, se detiene a pensar. Aunque esto, bien mirado, puede no ser un problema en modo alguno, porque si hay una tribu llena de cornudos es la chilena: hay que ver lo papanatas que son los chilenos para dejarse engañar por sus mujeres, hay que ver lo astutas y mitómanas y putitas que son las ricas chilenas casadas para buscar un buen pedazo de verga fuera de casa, habrá que ir llamando a mis amigas chilenas a ver cuál me presta un rato su culito, piensa Garcés. Chilenos del orto: ¿todo el puto día tienen que estar bailando tonadillas afiebradas brasileras en televisión? Tengo que salir a caminar, piensa Garcés, y seca la copa de champagne y apaga el televisor, harto de esa chusma de putas y maricas y animadores vocingleros y concursos de bailes simiescos. Y después dicen que son alemanes o ingleses estos huevones, piensa Garcés, en el ascensor: los chilenos son tan bárbaros y feos como nosotros los peruanos, basta de hipocresías.

(Fragmento de Morirás Mañana 2, El Misterio de Alma Rossi, novela que será publicada por Alfaguara después del verano y está ambientada en Santiago, Viña del Mar, Reñaca y Zapallar).

Plegarias pal final del día

Cuando me canso pesco lo que encuentro y con las manos llenas salgo al jardín buscando al tordo que dejó abandonado el invierno. El tordo no tiene nada que andar haciendo aquí. La bandada voló al sur siguiendo el frío y solo en el jardín es el son que anda marcando el día. Cuando me canso pesco lo que encuentro y se lo llevo. Tiene las alas buenas, pero no vuela. Tiene el canto bueno, pero no canta. Tienes las plumas negras que resplandecen a la luz del sol. Me mira atento y miedoso con los ojitos negros y brillantes. Le llevo las manos llenas de frutas pa que coma y se haga fuerte. Al día siguiente el tordo sigue ahí, las plumas finas y azules bañadas del rocío. El tordo tiene pulgas. Cuando me canso pesco lo que encuentro y bañé al tordo en vinagre. Al día siguiente los bichos se le caen muertos. Cuando me canso pesco lo que encuentro, con las manos llenas le llevé notas de música pa que coma. Cuando me canso pesco lo que encuentro, con las manos llenas le paso miel pa que se endulce. Cuando me canso pesco lo que encuentro, con las manos llenas le paso agua con limón y menta pa que tome. El tordo come y come y al día siguiente ya se fue.

Cuando me canso pesco lo que encuentro. Hay una rata que un gato no se decide a comer. Juegan al gato y al ratón. Pero no pesco na'. De na' de na'. Cuando me canso pesco lo que encuentro, pelo una sandía y con la pulpa jugosa en las manos me baño pal calor, me baño pal calor. Cuando me canso pesco lo que encuentro y con las manos llenas le digo chao al día, le digo adiós, que sea lo que Dios quiera hacer con las manos llenas.

martes, 22 de febrero de 2011

oguejuegogeujuegoge

pintame la cara
tengo 24 años
pintame la cara
tengo veinticuatro años
pintame las uñas
no tengo nada
1 9 8 6
seis, seis, seis
no soy nada
quiero morir algún día
esto es un juego

Eco, la congregación de los hijos del Inti

Vinieron las velas grandes desde lejos, por los montes que se encienden de luciérnagas y se puede ver el camino si se bordea esas lucecitas que se prenden y se apagan y llegar a la casa o a la gruta de la Virgen sin perderse. De ahí salieron las velas, en desorden pero con calma, como marcándole el paso a los muertos del Día de Todos Los Santos que venía pronto. Comenzaron cuatro días antes, con las misas y todo Aguas Calientes lo soñó, como si los indios del Wayna bajaran en fila e hicieran la ruta de cuatro días a pie como antes para recibirse a ellos mismos el primero de Noviembre. De día nadie lo comentaba en el pueblo, pero se miraban los ojos achinados a través de las pestañas espesas, cómplices de las luces indias que marcaban el paso de las horas en el sueño de los originarios de Aguas. Nosotros igual los vimos, aunque somos la mezcla mestiza y bastarda del español, aunque la pureza india se nos borró hace siglos, igual los soñamos, como dándonos la bienvenida aunque no fueramos hermanos de sangre sino primos lejanos.

El pueblo al día siguiente era todo silencio. Las velas blancas con sus llamas vivas y el olor a lana fresca era evidente; no se olía, pero estaba. En la taberna lo comenté a un viejo aymara que me miró sin responder. De eso no se habla niña. Durante la noche el pueblo se fue a la cama temprano y los gringos no entendían. Ahí estaban las luces. Habían pasado la gruta y se iban bordeando el Urubamba desbocado y lleno del invierno. Las luces apagadas en el pueblo, los gringos deambulando en las oscuridad y las llamas de los incas entrando sigilosas a los dormitorios de los agüinos. Acá estamos, todos los hijos de Inti, todos bajo su paciente manto, para que vuelvan a las raíces, a donde tienen que ir. Beban del agua del pozo, beban de los jugos de la tierra, beban de los rayos que sobre ustedes reparto para que sea digno el sacrificio de las almas que vuelven al Wayna, a reclamar su pueblo, a ser de veras suyo. Una piedra más de las fortalezas de piedra.

Las luces del Wayna se llevaron al pueblo. Yo los miraba caminar por las calles con paso sigiloso, descalsos, alumbrados por los hijos del Inti que se los llevaba de vuelta a su verdadera naturales, roca de Los Andes. Desde la ventana que dentro de mi sueño se abría, miré las caras extasiadas de los lugareños, la vida que vuelve para ser más vida renovaba, para subir a nacer con todos ellos. Los seguí, pero las llamas de Wayna me dieron una agua de flores de laurel y me dormí.

El pueblo silencioso recibió al alba. Las pisadas descalzas marcadas en el barro a orillas del Urubamba eran la señal. Pero la luz que emanaba desde el pico del Wayna, la luz transparente de los cientos de hijos del Inti que volvieron a su lugar en la tierra, secó con su calor el barro y las huellas de los últimos agüinos se hicieron polvo con el viento.