domingo, 26 de diciembre de 2010

Manifiesto

Escribir como un acto de libertad.
Escribir como un acto de fe.
Escribir como la liberación de la fe.
Escribir como el destino inevitable.
Escribir como el yugo inevitable.
Escribir como cada paso de un lago camino.
Escribir como un máximo acto de femineidad.
Escribir como cada voz.
Escribir como cada vuelo.
Como cada sueño,
como cada azul.
Escribir el buscar,
sin encontrar.
Escribir por escribir
y luego amar.

martes, 21 de diciembre de 2010

La Sagrada Contradicción

De la placenta, del universo creado por hombre y mujer, nace la raíz de toda contradicción. La vida, nace algo que va a morir, respira algo que dejará de hacerlo y late en sus venas la sangre caliente que se volverá azul y enfriará. Nace algo que cagará y creará belleza, algo que creará vida y matará, algo que amará y odiará. La placenta con sus pulmones y estrellas le dará vida a esa vida que algún día morirá y esa muerte será la llave de otras vidas que circularán en el mismo líquido universo dentro de una mujer que junto a un hombre han creado vida y ellos mismos algún día morirán. Es una solución y un problema al mismo tiempo, es una lucha constante por el estado de gracia inexistente que se plantea como Dios y Demonio. Letra D, cuatro, símbolo de poder, doble D, ocho, símbolo de crecimiento interno, la base del espíritu humano, sobre el que se crea, infinito e ilimitado sobre las mismas fronteras del hombre, el balance, la vibración. Dios y Demonio, los límites del mandala, donde la vida recién creada juega en la infinita contradicción, se mueve en la base de sus vibraciones para variar entre las contradicciones. El medio, la aguja que pasa entre los puntos extremos de un 8, no existe. Todo o nada, amor u odio y la humildad del nacimiento en el universo de la placenta, donde el mandala pierde la unidad de su círculo para ser irregular como una ameba, es el juego mismo de la vida y la muerte creando vida mortal, el hijo del mandala que vive dentro de sí hasta que deja de hacerlo y deja detrás el espectro colorido que cada vida crea para ella. Es un juego infinito, el mandala de cada vida, la creación de cada contradicción.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Tu Luz más su Luz

Las cosas habían cambiado y desde que se convirtió en un río zen, en una roca del camino, en un porro con patas, en esa mierda que huele a oveja, a nadie le gustaba ya estar cerca de Gustavo. Llegó al aeropuerto y no había nadie esperándolo en el andén. No los buscó y encogió los hombros con la resignación que arduamente había ganado. El camino en bus por la carretera que lleva al centro de la ciudad pasó rápido y Gustavo, con los ojos cerrados, se resistía a mirar el inevitable paisaje gris que lo recibió con los brazos abiertos al bajar del bus. Entonces abrió los ojos y agradeció los grandes árboles de la Alameda, un cordón verde que recorre la ciudad de este a oeste. Perdió la benigna visión al entrar al metro. Compró el pasaje y no se dio cuenta de las miradas que observaban su cabeza rapada, su toga naranja, su morral blanco como único equipaje. Las banalidades cotidianas estaban lejos, muy lejos. En el metro cerró los ojos otra vez y viajó a través de las Luces para recordar que su tierra madre lo llamaba. Hay guerras que ganar acá, guerras que se ganan con la visión de la eterna sonrisa, del penetrante poder de un hilo de plata de una vertiente. La llamada de la tierra era tan fuerte que su maestro le pidió partir y en el metro, a través de la visión de la compasiva Luz, se volvió a entregar completamente a la misión. Bajó y caminó a su antiguo hogar. Ninguno de los antiguos olores del barrio permanecían, el paisaje cambiado se abría ante él como una contraposición de espejos, de reflejos, en que las figuras afiladas de mujeres y hombres danzaban al ritmo de sonidos mecánicos, metálicos y muertos. La Luz seguía señalando el camino recto como un rayo solar a través de las nubes. El hogar seguía ahí físicamente. Lo miró los ojos compasivos que había adquirido. Las dulces ventanas de su madre, las plantas de las verdes manos de su padre, la pintura envejecida por el tiempo. El Tiempo. Con un dedo dirigido por la Luz hizo sonar el timbre ¿Qué haces tú aquí? La furia de la mirada. La Luz en los labios. Sonrió.