martes, 22 de febrero de 2011

Eco, la congregación de los hijos del Inti

Vinieron las velas grandes desde lejos, por los montes que se encienden de luciérnagas y se puede ver el camino si se bordea esas lucecitas que se prenden y se apagan y llegar a la casa o a la gruta de la Virgen sin perderse. De ahí salieron las velas, en desorden pero con calma, como marcándole el paso a los muertos del Día de Todos Los Santos que venía pronto. Comenzaron cuatro días antes, con las misas y todo Aguas Calientes lo soñó, como si los indios del Wayna bajaran en fila e hicieran la ruta de cuatro días a pie como antes para recibirse a ellos mismos el primero de Noviembre. De día nadie lo comentaba en el pueblo, pero se miraban los ojos achinados a través de las pestañas espesas, cómplices de las luces indias que marcaban el paso de las horas en el sueño de los originarios de Aguas. Nosotros igual los vimos, aunque somos la mezcla mestiza y bastarda del español, aunque la pureza india se nos borró hace siglos, igual los soñamos, como dándonos la bienvenida aunque no fueramos hermanos de sangre sino primos lejanos.

El pueblo al día siguiente era todo silencio. Las velas blancas con sus llamas vivas y el olor a lana fresca era evidente; no se olía, pero estaba. En la taberna lo comenté a un viejo aymara que me miró sin responder. De eso no se habla niña. Durante la noche el pueblo se fue a la cama temprano y los gringos no entendían. Ahí estaban las luces. Habían pasado la gruta y se iban bordeando el Urubamba desbocado y lleno del invierno. Las luces apagadas en el pueblo, los gringos deambulando en las oscuridad y las llamas de los incas entrando sigilosas a los dormitorios de los agüinos. Acá estamos, todos los hijos de Inti, todos bajo su paciente manto, para que vuelvan a las raíces, a donde tienen que ir. Beban del agua del pozo, beban de los jugos de la tierra, beban de los rayos que sobre ustedes reparto para que sea digno el sacrificio de las almas que vuelven al Wayna, a reclamar su pueblo, a ser de veras suyo. Una piedra más de las fortalezas de piedra.

Las luces del Wayna se llevaron al pueblo. Yo los miraba caminar por las calles con paso sigiloso, descalsos, alumbrados por los hijos del Inti que se los llevaba de vuelta a su verdadera naturales, roca de Los Andes. Desde la ventana que dentro de mi sueño se abría, miré las caras extasiadas de los lugareños, la vida que vuelve para ser más vida renovaba, para subir a nacer con todos ellos. Los seguí, pero las llamas de Wayna me dieron una agua de flores de laurel y me dormí.

El pueblo silencioso recibió al alba. Las pisadas descalzas marcadas en el barro a orillas del Urubamba eran la señal. Pero la luz que emanaba desde el pico del Wayna, la luz transparente de los cientos de hijos del Inti que volvieron a su lugar en la tierra, secó con su calor el barro y las huellas de los últimos agüinos se hicieron polvo con el viento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario